El juguete rabioso y la inauguración de la narrativa urbana

Enrique Vetterli Nuesch

Desde cerca de 1946, se nombra a Roberto Arlt un escritor urbano. Cuando se publicó El juguete rabioso, en 1926, no era ésta, desde luego, la primera novela argentina que tenía como espacio la ciudad de Buenos Aires. Ya había la prosa de Eugenio Cambaceres, en donde estaba presente el habla de los clubes porteños (ROJAS, 1948: 396). Cerca de 1880 se editaba la novela La gran aldea de Lucio Vicente López, que “define la Buenos Aires de los 80”, presentando “las tiendas porteñas y el tendero de antaño; el baile de negros en el teatro de la alegría, una noche de carnaval; las escenas del club Progreso, los episodios de la vida comercial y política: sus tipos, ideas, leguaje( …)”(ROJAS, 1948: 403). Alrededor de 1889, Manuel Podestá tenía publicada la novela Irresponsable, en donde dice el protagonista: “En esta sociedad nueva, cosmopolita, que lo va improvisando todo (…) y que no se preocupa con lo que el hombre es.” Y en la misma escena, éste ve “desfilar una caravana de inmigrantes andrajosos, hambrientos, bestializados por sus miserias de origen, pero que serán más tarde señores de industria y fundadores de estirpe”(ROJAS, 1948: 423-424). Por cerca de 1890, José Miró, bajo el seudónimo Julián Martel, tenía publicada su novela La bolsa, que según Julio Piquet, “es un hermoso libro, y el único documento literario que refleja con verdor un periodo singular de la vida bonaerense”(PIQUET apud ROJAS, 1948: 141).

Pero en El juguete Rabioso el espacio, la ciudad de Buenos Aires, tendrá un papel más activo en la intriga. A fines del siglo XIX, la ciudad estaba en la novela como “telón de fondo para la acción y los movimientos de los personajes ficticios. La calle, el centro y el barrio eran objeto de descripción, sin la menor correlación con la vida espiritual del personaje”(GNUTZMANN, 1985: 48). En cambio, en la novela de Arlt, señala Pajes Larraya la interdependencia entre el personaje y la ciudad. Además, pone Flora Guzmán, “La ciudad es algo que los protagonistas viven y, desde Erdosain, sufren. Es el entorno y la contrapartida del hombre moderno”(GNUTZMANN, 1985: 48). En El juguete rabioso el conflicto se caracteriza por el embate entre Silvio Astier, el protagonista, y la gran metrópolis Buenos Aires.

Ante las novelas contemporáneas suyas, el carácter urbano resalta por contraste. En 1926, el mismo año en que se publica El juguete rabioso, surge Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes. De hecho las dos novelas tienen alguna semejanza y una gran oposición: las dos siguen un modelo bildungsroman pero la de Arlt rompe con ese modelo en el final, mientras la de Güiraldes no lo hace: el personaje de Arlt fracasa en todo lo que intenta y sale derrotado, mientras el de Güiraldes se vuelve un estanciero y recibe de Don Segundo los buenos ideales. El escenario de Güiraldes es el campo y su novela es un rescate de los valores del gaucho, el escenario de Arlt es la ciudad que deteriora y corroe al individuo y los valores morales y éticos.

La denominación de Arlt como un escritor urbano se da entonces, más que por el escenario urbano, la metrópolis, por la acción de ese escenario sobre el individuo. Primero con El juguete rabioso y luego, con más profundidad, enLos 7 locos. El escenario urbano no sólo como edificios y calles para localizar la acción, pero también como un compuesto de personas de esta o aquella parte de la sociedad. Así, se verá que el protagonista será explotado por el comerciante como clase, engañado por el rico con promesas de empleo, empujado hacia el crimen por el hampa e incluso atormentado por si propio como un miembro de una clase social decadente que se ve acosado por la miseria y por la obligación de trabajar para comer y sobrevivir.

En el primer capítulo titulado “Los ladrones”, Silvio Astier tiene 14 años y alimenta su imaginación con libros sobre ladrones y aventureros: “yo soñaba con ser bandido y estrangular a corregidores libidinosos; enderezaría entuertos, protegería a las viudas y me amarían singulares doncellas”(p. 89). Conoce entonces a Enrique Izurbeta, de sobrenombre “el falsificador”, un muchacho con edad próxima a la suya con el que empieza a robar. Es Enrique quien lo inicia en el crimen, pero Silvio describe cómo ya antes la ociosidad lo hubiera llevado aplicar la inteligencia en actividades delictivas, una de ellas, fabricar un cañón con el cual dañó la muralla de una carpintería. Pero es con Enrique que Silvio adquiere el hábito de robar, hasta llegar a, con la ayuda de un tercer chico, formar “el club de los caballeros de la media noche” (que tiene algo de parecido con la sociedad secreta propuesta por el Astrólogo en Los 7 locos), una pequeña sociedad secreta de tres dedicada al hurto. Silvio descubre en el robar el deleite de obtener dinero fácil, sin trabajar. Es un tiempo de felicidad para él. Con dinero disponible, la ciudad toma contornos agradables, y el dinamismo del ambiente urbano y la modernidad se vuelve motivo de felicidad. En las palabras de Silvio:

(…) esperábamos a una tarde de lluvia y salíamos en automóvil. ¡Qué voluptuosidad entonces recorrer entre cortinas de agua la ciudad! (…)nos imaginábamos que vivíamos en París o en la brumosa Londres. (…) Después, en una confitería lujosa, tomábamos chocolate con vainilla, y saciados volvíamos en el tren de la tarde, duplicadas las energías por la satisfacción del goce proporcionado al cuerpo voluptuoso, por el dinamismo de todo lo circundante que con sus rumores de hierro gritaba: ¡adelante, adelante! (p.101)

El robo se muestra como un medio de vida en la ciudad, un medio para acceder a los deleites ofrecidos por la metrópolis. Así los tres muchachos planean un robo a una biblioteca y de hecho lo ejecutan con pericia, pero cuando Enrique se iba a casa un policía le indaga qué lleva. Enrique corre a la casa de Silvio y los dos sienten el peligro que pasaron: la pérdida de la libertad, que tanto temían. Pasan por angustiantes minutos mientras la policía pasa por la calle. Ya lo habían conversado antes y Silvio fue enfático: “A mi no me cachan. Antes matar”(p. 106). Después del incidente, que Silvio nombra “el gran peligro”, los tres muchachos deciden deshacer la sociedad. Si el crimen era la forma de moverse y disfrutar la ciudad y domarla, con el gran peligro queda claro que no es tan sencillo hacerlo y que las consecuencias son temibles. La urbe no se deja dominar, y Silvio ha fracasado en su primer intento por encontrar un espacio en la ciudad.

El segundo capítulo, titulado “Los trabajos y los días” es ya más característico con la hostilidad de la ciudad hacia Silvio. Empieza con la mudanza de barrio que la familia de Silvio tiene que hacer por sus condiciones económicas: Silvio es desplazado y pierde contacto con sus amistades. Se van a vivir a un barrio más pobre. Él tiene ya 15 años y su madre empieza a presionarlo para que trabaje: “Tenés que trabajar, ¿entendés? Tú no quisiste estudiar. Yo no te puedo mantener. Es necesario que trabajes.” La reacción de Silvio es de repulsa, repulsa a tener que trabajar para tener dinero: “[yo] Hablaba estremecido de coraje; rencor a sus palabras tercas, odio a la indiferencia del mundo, a la miseria acosadora de todos los días, y al mismo tiempo una pena inominable: la certeza de la propia inutilidad”(p. 128). Con quince años y condición económica precaria, era inevitable que la ciudad viniera a buscarlo y a lanzarlo en la realidad de la metrópolis: todas las maravillas de la modernidad, los trenes, automóviles, los arcos voltaicos, los suntuosos cafés, son para pocos, entre los cuales Silvio Astier no se encuentra. Como destino para un ser urbano joven de clase decadente, la gran ciudad reservaba las garras de los pequeños comerciantes explotadores y ambiciosos. Silvio trabaja y vive en una librería de un inmigrante italiano, D. Gaetano, y su esposa, tiene que humillarse sacudiendo un cencerro ante el establecimiento para atraer clientes. Una tarde decide pasar por la casa de un señor adinerado que había prometido conseguirle un empleo, pero éste lo recibe muy mal y le grita que se retire y no moleste más. Es una clara señal de la distancia entre las camadas sociales y la segregación de los ricos hacia los pobres, aunque, en otro ámbito de análisis, esa presencia caracteriza la polifonía de la novela de Arlt. Una tarde Silvio se ve obligado a cargar objetos pesados por varias cuadras mientras las personas lo observan pasar, se siente completamente humillado y desposeído de fortuna:

Ahora íbamos por calles solitarias, discretamente iluminadas, con plátanos vigorosos al borde de las aceras, elevados edificios de fachadas hermosas y vitrales cubiertos de amplios cortinados. Un adolescente y una niña conversaba en la penumbra(…). Todo el corazón se me empequeñeció de envidia y de congoja. Pensé. Pensé que yo nunca sería como ellos…, nunca viviría en una casa hermosa y tendría una novia de la aristocracia. Todo el corazón se me empequeñeció de envidia y congoja. (p.152)

En otro fragmento, Silvio describe cómo ha sido afectado por la vivencia en el ambiente mezquino de la librería. Es una evidente consecuencia de la interacción con la mezquindad del pequeño comerciante. Es decir, mas que la influencia de don Gaetano mismo, es la corrosión causada por un componente de la ciudad: así como Silvio sufre la segregación y el engaño del hombre rico, y no de un hombre rico, sufre con el pequeño comerciante como una especie que compone en parte a la ciudad. En las palabras de Silvio:

Una sensación de asco empezó a encorajinar mi vida dentro de aquel antro, rodeado de gente que no vomitaba más que palabras de ganancia o ferocidad. Me contagiaron el odio que a ellos les crispaba la jeta(…). Tenía la sensación de que mi espíritu se estaba ensuciando, de que la lepra de esa gente me agrietaba la piel del espíritu, para excavar ahí sus cavernas oscuras. (p.156)

El pasar de los días en esas condiciones de humillación y deterioro lo llevan a Silvio a concluir que ha aprendido algo: “Entonces repetí palabras que antes habían tenido un sentido pálido en mi experiencia. -Sufrirás -me decía- sufrirás…, sufrirás…, sufrirás… -Y la palabra se me caía de los labios. Así maduré todo el invierno infernal” (p. 158).

Ya en el capítulo tercero, titulado “El juguete rabioso”, Silvio tiene 16 años y ha vuelto a la casa de su madre. Una vecina avisa que en la Escuela Militar de Aviación estaban reclutando jóvenes para ser mecánicos. Silvio decide ir por esa oportunidad y de hecho, después de mostrar inteligencia convence a los reclutadores de que aún que las inscripciones ya se habían encerrado deberían aceptarlo. Y lo logra, lo que le da alguna esperanza de ser alguien pero que no consigue ahuyentar el fantasma de la miseria social y el destino de los pobres en la metrópolis:

En el futuro, ¿no sería yo uno de esos hombres que llevan cuellos sucios, camisas zurcidas, traje color vinoso y botines enormes, porque en los pies les han salido callos y juanetes de tanto caminar, de tanto caminar solicitando de puerta en puerta trabajo en que ganarse la vida? Me tembló el alma ¿Qué hacer, qué podría hacer para triunfar, para tener dinero, mucho dinero? Seguramente no me iba a encontrar en la calle una cartera con diez mil pesos ¿Y qué hacer entonces? Y no sabiendo si pudiera asesinar a alguien, si al menos hubiera tenido algún pariente rico, a quien asesinar y responderme, comprendí que nunca me resignaría a la vida penuriosa que sobrellevan naturalmente la mayoría de los hombres. (p. 173)

Y ese destino se hace tremendamente presente cuando al cuarto día de estar reclutado lo dan de baja. Silvio indaga por qué lo hicieron y le dicen: “Su puesto está en una escuela industrial. Aquí no necesitamos personas inteligentes, sino brutos para el trabajo”(p.178). Sale de la escuela sin rumbo, recorriendo las calles, generando una de las escenas más expresivas de la novela, en donde más que pintar la ciudad, se describe el estado psíquico de quien la recorre y la vive:

Ahora cruzaba las calles de Buenos Aires con estos gritos adentrados en el alma.
Calor de fiebre me subía a las sienes; olíame sudoroso, tenía la sensación de que mi rostro se había entosquecido de pena, deformado de pena, una pena hondísima, toda clamorosa.
Rodaba abstraído, sin derrotero. Por momentos los ímpetus de cólera me envaraban los nervios, quería gritar, luchar a golpes con la ciudad espantosamente sorda… Y súbitamente todo se rompía adentro, todo me pregonaba a las orejas mi absoluta inutilidad. (p. 178)

Termina pasando la noche en un conventillo, adonde un chico homosexual, que trabaja prostituyéndose, lo acosa. Por la mañana Silvio sale del conventillo y deambula por la ciudad, generando otra escena de desesperación de un individuo que no tiene su lugar en la ciudad, que se ve obligado a estar en movimiento constante, intentando llevar la vida. Se compra un revólver y piensa irse a Europa trabajando en un navío, pero le niegan trabajo en el puerto. La desesperación llega a un punto culminante:

De las calles de sombras formadas por los altos muros de los galpones, pasaba a la terrible claridad del sol, a instantes un empellón me arrojaba a un costado, los gallardetes multicolores de los navíos se erizaban con el viento; más abajo, entre la muralla negra y el casco rojo de un transatlántico, martilleaban incesantemente los calafateadores, y aquella demostración gigantesca de poder y riqueza, de mercaderías apiñadas de bestias pataleando suspendidas en el aire me azoraba de angustia. Y llegué a la inevitable conclusión:
-Es inútil, tengo que matarme. (p. 192)

Pero el revólver falla y Silvio se salva.

En el cuarto y último capítulo, titulado “Judas Iscariote”, Silvio parece más adaptado a la vida en la ciudad, estabilizado. Trabaja como vendedor ambulante de papeles. Pero conoce a un señor de apodo “El Rengo”, que le propone un realizar un robo a la casa de un arquitecto. Es una nueva oportunidad de conseguirse dinero abundante y fácil. Pero algunas horas antes de poner en marcha el plan del “Rengo”, Silvio va a la casa del arquitecto y lo cuenta todo.

Una visión retrospectiva, muestra a un Silvio de catorce años idealista y soñador, mientras el último ha llegado a la traición. Lo que se observa es que la vida de Silvio es un constante movimiento, desde el momento en que su madre le dice que tiene que trabajar para mantenerse. Cuando Silvio cumple los catorce años, la gran ciudad implacable vendrá a buscarlo, a hacerlo vivir su destino como ser urbano y a transformarlo. Silvio está más reaccionando a la ciudad que actuando en ella.
En ese sentido más amplio está la ciudad en esta novela de Arlt, es ella más que un elemento, un personaje compuesto. Su presencia como escenario es evidentemente importante, pero su interacción con el protagonista y su influencia como algo pulsante y vivo es mayor. Aún así, es importante darle atención a las descripciones de la ciudad y sus elementos. Son ellas en parte, nos parece, una demostración de la dureza de la prosa de Arlt. En El juguete rabioso el cielo de la ciudad es azul y límpido y junto con el sol sirve de contraste o fuga de la ciudad que está debajo:

(…) conservo el recuerdo de un cielo resplandeciente sobre horizontes de casas pequeñas y encaladas(…) Por las chatas calles del arrabal, miserables y sucias, inundadas de sol con cajones de basura a las puertas, con mujeres ventrudas, despeinadas y escuálidas hablando en los umbrales y llamando a sus perros o a sus hijos, bajo le cielo más límpido y diáfano, conservo el recuerdo fresco, alto y hermoso. Y más y más me embelesaba la cúpula celeste cuanto más viles eran los parajes donde traficaba(…) (p.203).

Más adelante, el sol ilumina el interior de una carnicería, en un paisaje grotesco, decadente, en contraste con el cielo de afuera:

Un rayo de sol iluminaba en lo oscuro las bestias de carne rojinegra colgadas de ganchos y de soga junto a los mostradores de estaño. El piso estaba cubierto de aserrín, en el aire flotaba el olor de sebo, enjambres negros de moscas hervían en los trozos de grasa amarilla, y el carnicero impasible aserraba los huesos, machacaba con el dorso del cuchillo las chuletas… y afuera estaba el cielo de la mañana, quieto y exquisito, dejando caer de la azulidad la infinita dulzura de la primavera (p.203).

Por lo que observamos en la novela, la manifestación hostil de la ciudad hacia Silvio, el hecho de que lo expulsa de un lado a otro y lo degenera, nos parece que cuando los críticos sitúan a Roberto Arlt como precursor de la narrativa urbana lo hacen por que éste eleva la ciudad del estatuto de escenario y ambiente, para el de personaje o actante [1].

Referências

ARLT, Roberto. El juguete rabioso. Edición de Rita Gnutzmann. Madrid: Cátedra, 1985.

GREIMAS, A. J. e COURTÉS, J. Dicionário de Semiótica. Trad. de Alceu Dimas et al. São Paulo: Cultrix, 1979.

REIS, Carlos. Dicionário de teoria da narrativa. São Paulo: Ática, 1988.

ROJAS, Ricardo. Historia de la literatura argentina. Tomo II, Vol. 8. Buenos Aires: Losada, 1948.

 

1. O actante pode ser concebido como aquele que realiza ou que sofre o ato, independentemente de qualquer outra determinação. Assim , para citar L. Tesnière, a quem se deve o termo, “actantes são os seres ou as coisas que, a um título qualquer e de um modo qualquer, ainda a título de meros figurantes e da maneira mais passiva possível, participam do processo”. (GREIMAS e COURTÉS, 1979: p. 12).